TONY PINA
Sabana de la Mar es un remanso después del final de u laberinto marcado por una carretera de curvas que nunca dejan de subir y siempre son peligros abismos de rocas y hondonadas cuya vista se pierde cada vez que se asoma la vista hacia abajo.
Con poco menos de 15 mil habitantes, una inigualable bahía, unas olas quietas en la inmensidad de un mar que choca con Samaná y contadas calles sobre un terreno llano y, para sorpresa del visitante, con unos habitantes devotos de una santa nativa del lugar donde vivió hasta que murió, en 1939, y no se asuste el visitante cuando el único ruido que oiga sea el de una bocina colgada de un palo y dando vueltas en todos los sentidos para anunciar las novedades del día: carne todavía hay en la carnicería, llegaron los últimos modelos de celulares, hoy traen al muerto y ¡apresúrense! los médicos que vinieron de la Capital sólo darán consultas hasta las tres de la tarde.
En verdad, que me río recordando todos estos insólitos anuncios y cada vez que los oigo, cuando voy a ese pueblito tan singular y tan distinto a los demás municipios de la República Dominicana, vuelvo y me río muchísimo.
A pesar de los años, el pueblo no supera aún la categoría de comarca, y mejor que se mantenga así para que no se dañe o se lo lleve de paro este proceso de inversión de valores por el que atraviesa la sociedad dominicana, porque esas peculiares costumbres hacen sentir bien a un visitante ya presa de esas de su extraordinaria belleza y ese ambiente de tranquilidad que se respira y que sólo es perturbado cuando corre de cuando en vez la noticia de algún naufragio en sus costas de una yola cargada de indocumentados que encontraron la muerte cuando pretendieron llegar a Puerto Rico.
En medio de una de esas periódicas tragedias conocí a Sabana de la Mar, con un saldo de espanto: 65 muertos de una yola que zozobró cargada de ilegales que zarpó una noche del mar Atlántico, de una playa de Nagua y, salvo el capitán y dos o tres dichosos, quemados y hartos de agua, todos, absolutamente todos se ahogaron al quebrarse la frágil embarcación de madera en una bahía agitada en sus olas que a veces, con la mar revuelta, alcanzan hasta los 30 pies de altura.
Un lanchón hace el recorrido tres veces al día con destino a Samaná, y los pasajeros se agolpan y aunque la rampa es un viejo neumático, no importa que se mojen los pies o que recojan los pantalones para evitarlo, gustosos se montan para llegar, al fin, a su destino, y lo mismo ocurre en sentido contrario cuando de Samaná a Sabana de la Mar se hace precisa la ruta.
Es visita obligada el santuario de Elupina Cordero, una mujer que a los siete años perdió la visión y desde ahí le atribuyeron poderes para curar enfermos y hacer milagros, y narran de boca en boca los lugares los milagros y las sanaciones que le atribuyen a su santa, los cuales van desde curar espasmos hasta hacer resguardos para alegadamente alejar los malos espíritus, y cuentan orgullosos que el tirano Trujillo era uno de sus más fieles creyentes.
De noche la quietud es tanta y escasas las ánimas que transitan las calles que Sabana de la Mar parece encogerse para dar paso al sonido de una bahía que a lo lejos desnuda
En verdad, que me río recordando todos estos insólitos anuncios y cada vez que los oigo, cuando voy a ese pueblito tan singular y tan distinto a los demás municipios de la República Dominicana, vuelvo y me río muchísimo.
A pesar de los años, el pueblo no supera aún la categoría de comarca, y mejor que se mantenga así para que no se dañe o se lo lleve de paro este proceso de inversión de valores por el que atraviesa la sociedad dominicana, porque esas peculiares costumbres hacen sentir bien a un visitante ya presa de esas de su extraordinaria belleza y ese ambiente de tranquilidad que se respira y que sólo es perturbado cuando corre de cuando en vez la noticia de algún naufragio en sus costas de una yola cargada de indocumentados que encontraron la muerte cuando pretendieron llegar a Puerto Rico.
En medio de una de esas periódicas tragedias conocí a Sabana de la Mar, con un saldo de espanto: 65 muertos de una yola que zozobró cargada de ilegales que zarpó una noche del mar Atlántico, de una playa de Nagua y, salvo el capitán y dos o tres dichosos, quemados y hartos de agua, todos, absolutamente todos se ahogaron al quebrarse la frágil embarcación de madera en una bahía agitada en sus olas que a veces, con la mar revuelta, alcanzan hasta los 30 pies de altura.
Un lanchón hace el recorrido tres veces al día con destino a Samaná, y los pasajeros se agolpan y aunque la rampa es un viejo neumático, no importa que se mojen los pies o que recojan los pantalones para evitarlo, gustosos se montan para llegar, al fin, a su destino, y lo mismo ocurre en sentido contrario cuando de Samaná a Sabana de la Mar se hace precisa la ruta.
Es visita obligada el santuario de Elupina Cordero, una mujer que a los siete años perdió la visión y desde ahí le atribuyeron poderes para curar enfermos y hacer milagros, y narran de boca en boca los lugares los milagros y las sanaciones que le atribuyen a su santa, los cuales van desde curar espasmos hasta hacer resguardos para alegadamente alejar los malos espíritus, y cuentan orgullosos que el tirano Trujillo era uno de sus más fieles creyentes.
De noche la quietud es tanta y escasas las ánimas que transitan las calles que Sabana de la Mar parece encogerse para dar paso al sonido de una bahía que a lo lejos desnuda